Sor Juana Inés de la Cruz. El universo femenino en torno al hombre sol



«Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de su imagen, el de la imagen que nosotros nos hacemos de ella y con la que ella se reviste […]. Si se atreve a ser ella misma, debe romper esa imagen con que el mundo encarcela su ser». Octavio Paz


Yo, la peor del mundoNació en San Miguel de Nepantla el 12 de noviembre de 1651. Sus padres fueron Pedro Manuel de Asbaje e Isabel Ramírez. Era hija natural. Además, mestiza: la imagen viva de la ilegimitidad en el reino de Nueva España. En dicha corte, centro de irradiación estética y cultural, solo una minoría tenía acceso a las dos grandes instituciones educativas de la época, la Iglesia y la Universidad.
Fue el escritor más importante de Nueva España: una mujer. El carácter acentuadamente masculino era un hecho. La enseñanza no estaba abierta a las mujeres. La única posibilidad era deslizarse por la puerta entreabierta de la corte y de la Iglesia. Sor Juana combinó ambos modos. Del mismo modo que las preocupaciones intelectuales de nuestro tiempo asumen la forma del ensayo, las del siglo XVII adoptaron la del sermón. Juana, como mujer, no podía decir sermones pero sí podía escribir críticas de ellos. La poeta se apropió de las formas predominantes masculinas.
Dotada de un temperamento eminentemente racional puso sus dones intelectuales al servicio del análisis de sí misma. Como las mujeres de su familia demostró independencia, entereza y energía. El feminismo en Juana se transforma. Su sátira contra los hombres y su defensa de las mujeres dejan de ser una opinión: son una reacción moral, e incluso física, ante las experiencias vividas.
De niña jugó sola, curiosa de sí misma. Sublimó su gran pasión por el mundo y el saber. No comía queso porque le habían dicho que entontecía. A los siete años sabía leer y escribir. Pidió a su madre que la enviase a la Universidad vestida de hombre. Ante la negativa, se consoló estudiando y leyendo en la biblioteca de su abuelo. Para aprender gramática, se cortaba cinco o seis dedos de pelo y se los volvía a cortar si, en un plazo que ella misma se fijaba, no había aprendido la lección.
La separación de sus progenitores la afectó profundamente. Su madre tuvo un nuevo amante. El padre desapareció de su vida. El vínculo paterno fue una relación imaginaria quizá teñida de rencor y, probablemente, secreta y despechada admiración. Antes de su muerte física lo mató y enterró simbólicamente. Sus poemas amorosos no giran en torno a una presencia del amado, sino a una imagen, una sombra esculpida por la mente. Lo mató y lo enterró en el silencio, su poesía lo desenterró transfigurándolos a ella y a él: ella fue su viuda y él su marido muerto. La masculinización se torna feminización, sustituye a su madre. La figura del padrastro fue punición por la muerte simbólica del padre. Ella se repliega frente al padrastro y se encierra en sí misma.
Se hace monja. El convento no es renuncia; es la vía hacia la transmutación: la monja es poetisa. Uno de los arquetipos de Juana fue Isis, inventora de la escritura, señora de los signos. Isis resucita a su hermano-esposo Osiris y se casa con él. La unió a su madre, centro de la casa, reina y escándalo de la familia, una extraña relación. Mundo de pasiones fuertes y de individuos débiles. Sor Juana es soltera y fecunda como su madre: una engendra criaturas mortales, la otra, criaturas mentales.
Iniciala sus libros con «yo, la peor del mundo, Juana Inés de la Cruz». Leyó todos los del abuelo sin importarle castigos ni reprensiones. La relación filial con el anciano asumió la forma de iniciación intelectual. Los libros le abrieron las puertas de una casa del lenguaje poblada por criaturas más reales, duraderas y consistentes que todas las realidades y que todos los seres de carne y hueso: las ideas. Juana se identifica con Faetón, como ella, hijo bastardo de Apolo y de la ninfa Climene. Joven héroe como arquetipo, una transposición, en el mundo mítico, de su situación infantil. El fantasma de su abuelo reaparece en Apolo, Zeus y su rayo en los rigores de Núñez de Miranda y de Aguiar y Seijas.
Con ayuda de los Mata, llegó al palacio virreinal. No hubo casamiento, no tenía una dote. Juana se movía con ligereza en los torbellinos palaciegos, convirtiéndose en uno de sus centros. El nombre y renombre fueron bendición y condenación. No ocultó la ambigüedad de sus sentimientos. La condición de mujer en su siglo y en su medio no toleraba a una muchacha soltera que exhibiese en público su amor por un hombre; en cambio era lícita la amistad amorosa entre personas del sexo femenino si eran de rango elevado y sus sentimientos eran ideales. Un amor, en su situación, no la iba a llevar a un matrimonio. Ella era la clase de mujer que, por sobre todas las cosas, rehuyen al estado matrimonial. De los arquetipos femeninos, Juana era la Diana, la de la vida casta y solitaria de los cazadores.
En esta época la poesía barroca presenta al lector esquemas arquetípicos de amor y de las pasiones sin valor confesional. Así escribió Juana, una católica sincera. La vida religiosa era una profesión. Su caso no era distinto al de las muchachas de hoy que buscan una carrera que les dé al mismo tiempo sustento económico y respetabilidad social. No hay nada en ella, que indique una particular predisposición religiosa. Así, la decisión de profesar está subordinada y es consecuencia de otra decisión anterior: la negación al estado matrimonial. Hoy, renunciar al casamiento es posible. En el siglo XVII era inaceptable; fuera del casamiento solo había un camino: el monasterio. Juana no se casa porque quiere saber. Para saber hay que ser hombre, cortarse el pelo y, en fin, neutralizar la sexualidad bajo el hábito monjil, son sublimaciones o, más bien, traducciones de su deseo: quiere apoderarse de los valores masculinos porque quiere ser como un hombre. El puente y, simultáneamente, el signo de la distancia insalvable. Por eso, en un segundo momento del proceso, rompe el puente, se vuelve contra los hombres, defiende a las mujeres y anticipa el feminismo moderno.
Comprender a la persona que tal vez fue, depende de la comprensión histórica de su mundo, tan lejos del nuestro. La primera gran diferencia –sobre todo en su caso: ser de palabras y que vivió para y por la palabra- se refiere al lenguaje. En sor Juana refleja el absolutismo y el patrimonialismo de su siglo. Al reflejarlos, los transfigura pero sin cambiarlos ni desnaturalizarlos.

Primero sueñoEl espacio en Primero sueño es el espacio de la soledad de la mujer autodidacta. Primero sueño es el poema más personal de Juana; ella misma lo dice en la respuesta. Debe de haber sido escrito alrededor de 1685, cuando se acercaba a la cuarentena: es un poema de madurez, una verdadera confesión, en la que relata su aventura intelectual y la examina. Esta silva de 975 versos, combinación en once y siete sílabas, rimados irregularmente, es estricta y suelta porque fluye sin interrupciones ni divisiones fijas: un verdadero discurso.
Su título alude a las Soledades gongorinas. La influencia de Góngora se refleja además en sus latinismos, sus alusiones mitológicas, su vocabulario y el uso reiterado del hipérbaton. Las metáforas de Juana son para ser pensadas. El poema, cuyo tema es abstracto, prolanga sus frases en incisos y paréntesis. Cada episodio es una experiencia espiritual. Hay penumbra y prevalecen el blanco y el negro. Es una realidad vista por el alma. Es poesía del intelecto ante el cosmos. Describe el vértigo ante el infinito por medio de una pirámide de conceptos. Juana nos revela un espacio de conocimiento, una abstracción que pensamos. Es demasiado arquitectónico para ser confundido con un sueño, en la idea actual de la palabra. El poema cuenta la peregrinación del alma por las esferas supralunares mientras el cuerpo dormía. El fundamento del dualismo, alma como naturaleza distinta del cuerpo, se separa de su envoltura carnal. El alma ve su viaje espiritual, liberada del cuerpo. Esta es la tradición inserta en Primero sueño, un sueño de anábasis, una expedición al mundo del espíritu. No hay en toda la literatura de su siglo nada que se le parezca.
Asidua lectora de Kircher, de Cicerón y Macrobio, los cita con frecuencia. El sueño no se ajusta al esquema tradicional. La primera diferencia formal es que está escrito en forma de poema. Debe leerse como la alegoría de una experiencia que no puede encerrarse en el espacio de una noche sino de las muchas en las que Juana pasó estudiando y pensando. Esta búsqueda de conocimiento es de carácter impersonal, su protagonista no tiene nombre ni edad ni sexo: es el alma humana. En el poema, el cuerpo cae en un pesado dormir, el alma despierta, asciende y contempla el universo, sin que aparezca ningún ser mitológico. Esto quebranta el orden tradicional: esto es un signo de los tiempos. Es una visión espiritual que termina en una no- visión. No hay revelación. Es la revelación de que estamos solos y de que el mundo sobrenatural se ha desvanecido. Sucede en el espacio de una noche y sus cambios son análogos a las insensibles variaciones de la sombra, la luz y la temperatura. No nos damos cuenta de cómo se producen dichos cambios. Hay dos series de oposiciones: la noche y el día, el cuerpo y el alma. Los críticos no se han puesto de acuerdo en el número de partes que constituyen el poema pero ellas combinan en relojería perfecta.
El sueño constituye una cesación de todas las funciones corporales. Es una visión racional y espiritual. No es delirio. Es una oposición de luz y sombra, un combate: un mundo donde imperan el accidente, la corrupción y el pecado. En él desfilan Nictemene, la lechuza; las tres Mineidas convertidas en murciélagos y el búho, ministro de Plutón. Es un sueño universal como la muerte. El alma inmortal se aligera del peso del cuerpo con el sueño. El uso de las metáforas está más cerca de Donne que de Góngora o Quevedo, en el sentido de no ser metáforas científicas. Este rasgo la distingue de la tradición hispánica. El intelecto, vuelta el alma a su ser inmaterial, se contemplaba con una centella del Alto Ser: primera mención de Dios en el poema. Deísmo racionalista que no alude a Cristo. El ansia del alma por ascender hacia su origen. No la unión con Dios. Sí su conocimiento y contemplación. Sor Juana defiende su amor a las ciencias profanas por ser un camino hacia las divinas; esta es una actitud más filosófica que cristiana. Es el poema de la crisis intelectual y el acto inicial de su conversión.
El poema no pertenece a la estética de su tiempo. Es un poema barroco que niega al barroco, obra tardía que prefigura a la modernidad más moderna. El acto de conocer, incluso si termina en fracaso, es un saber: la no-revelación es una revelación.

Carta Atenagórica
La Carta revela la teología como máscara de la política. El escrito de Juana, en forma de carta, es una crítica a un sermón del Mandato del jesuita portugués Antonio de Vieyra, quien toma un versículo del Evangelio de San Juan, el mandato de amarse los unos a los otros. Está escrita en un lenguaje claro y directo. Es un escrito polémico y teológico, pero en las pausas hay un guiño de inteligencia con el lector. Juana sabe que no pasará inadvertida. Es una verdadera combatiente intelectual. La carta está dirigida a un destinatario incógnito de alto rango. La escribe no por voluntad propia sino por obediencia. Al final de la carta aclara que solo la ha escrito porque su merced lo manda. Declina de antemano cualquier responsabilidad en la difusión pública de su escrito. Sor Juana insiste en la indignidad de su sexo, agregando que ella ha sido el «flaco instrumento» con que Dios quiso castigar la soberbia del orador: «… a quien creyó que no había hombre […] ver que se atreve una mujer…». Ardientes declaraciones feministas más ardientes aún si se repara en que es una monja quien las escribe. Sostiene que el amor de Cristo es al revés al de los hombres. Desde una perspectiva moderna, notamos que Juana enfrenta una dificultad que procede de la doble naturaleza de Cristo: dios-hombre. La necesidad de correspondencia se origina en la humanidad, como Dios no la necesita. Juana afirma que Cristo, que es ambos, nos pide correspondencia y que esta necesidad brota del doble albedrío que Dios dio al hombre. El tema de los favores negativos generó grandes polémicas sobre la gracia y el libre albedrío.
Juana, que no se avergonzó nunca de ser mujer. Su obra es una exaltación del espíritu femenino, no se doblegó. Fue el instrumento de Dios para castigar a un soberbio.

Lo ilimitadoJuana fue atacada con saña por su doble condición de mujer y religiosa. Ella negaba cualquier límite para el saber femenino y su defensa fue la defensa de su sexo. En diálogo con ella misma superó las contradicciones impuestas desde afuera. La experiencia liberadora de la escritura la reconcilió con ella misma. Nunca se avergonzó de lo que era.
Sepultó en el convento su entendimiento, y tomó los hábitos sabiendo que estorbarían su propósito de estudiar. La contradicción de Juana: su vocación de solitaria estudiosa y las obligaciones de la vida comunal en un convento. Pero ¿qué otra solución le quedaba?
Ella sabía que no era el lugar adecuado para su intelectualidad. Era lo más decente que podía elegir. Hay amargura en sus letras: ella tuvo que aprender sin maestro. Su ideal de la cultura singularmente moderno, estaba lejos de cualquier condición posible. Defendió el arte de escribir versos, sean sagrados o profanos. Reclamó su derecho a leer y escribir sobre temas que no fuesen de su religión.
La excelsitud de Juana acarrea castigos porque desluce a los otros. El odio de los fariseos. La gran víctima de la envidia, como Hispatia, quien fue asesinada por una banda de monjes cristianos, mártir de la filosofía. Rechazó con burlas la idea de su época sobre la inferioridad intelectual de su sexo. La tontería no es exclusiva de las mujeres ni la inteligencia es privilegio de los hombres.
La atacan. Ella escribe versos. Jamás se retractó.

© Silvia Camerotto
imagen de Sor Juana Inés de la Cruz, fuente Wikipedia

Bibliografía
1.Camus Albert, El hombre rebelde, 1989, Buenos Aires, Editorial Losada.
2. Cymerman Claude- Fell Claudia, Historia de la literatura hispanoamericana, 2001, Buenos Aires, Edicial.
3. Góngora Luis de, Antología poética, 1986, Madrid, Editorial Castalia.
4.Paz Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz: Las trampas de la fe, 2004, México, Fondo de Cultura Económica.
5. Sor Juana Inés de la Cruz, Antología, 1984, México, Fondo de Cultura Económica.

Comentarios

Javier Galarza dijo…
gracias por su ensayo, señora, este peregrino llegó ávida de una palabra plena. vendrán más en busca de su estilo.
meridiana dijo…
No sabe como me toca esta monja que no renuncia, que transmuta...
Muy bueno el ensayo Sibila, comprobar una vez más la vigencia de esa frase: "yo, la peor del mundo". Sin convento y con libertad de "esposales" cierta imbecilidad todavía marca derroteros

Lilian
Clara Beter dijo…
Sin querer paso por aqui y leo tres cosas de significado profundo en mi vida: Sor Juana, cante jondo y Duras.
Sin duda una gran poeta...GRACIAS POR EL ARTICULAZO.