sobre la escritura en marguerite duras



El devenir«Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio».
Alejandra Pizarnik
[1]

Hablar del vértigo, de la respiración. La escritura como aquello que nos constituye. Heidegger argumenta: ¿es el artista el origen de la obra o es la obra lo que da origen al artista?
«Escribir es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura no me ha abandonado».[2] Producción de sentido de quién ha vislumbrado el vacío, relación del lenguaje con el alma que revela el ser del artista. No es un mero relato de la experiencia vivida. Vida y obra como puntas del mismo ovillo. Duras hizo existir libros en su lugar[3], fue la letra quien decidió el destino y anunció su marca: la marca que del sujeto se escribe como nombre.

La casa de la escrituraLa escritura es el eje de la trama, cuyo núcleo simbólico es la lengua, que permite sonorizar el significante. Para que comience la poesía es necesario alcanzar la noción de pérdida, la percepción del vacío. Escribir requiere ciertos ritos: la soledad, la casa, la morada.
Duras construye su soledad… «Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella. Tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura».[4] Este espacio físico de reclusión se transforma, a su vez, en un estado anímico que la acompaña adonde vaya. Allí se cumplen las ceremonias del cuerpo y de las fuerzas y de los miedos. El lugar donde el autor se fragmenta para liberar la escritura.
Es el artista quien hace fluir el mundo a través de la palabra. Recuperando a Heidegger: «El lenguaje es la casa del ser… Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser…».[5] Llevarlo a cabo compromete la descristalización de la lengua, liberándola de la gramática para llegar a un orden más esencial: el pensar y el poetizar.
Lacan, durante su encuentro con Duras, le dijo: «no debe saber que ha escrito lo que ha escrito porque se perdería y significaría la catástrofe».[6] Esta frase fue, para Marguerite, el descubrimiento de un derecho a decir hasta entonces ignorado por las mujeres, de donde surgen los mecanismos inconscientes de la escritura. Sus heroínas son gente vulnerable, que tocan el fondo oscuro de las cosas, forjadoras de la desdicha de sus vidas. A menudo están al margen, lejanas. Como el escritor que está siempre lejano, mientras escribe. La extrañeza y la desapropiación, el yo es otro de Rimbaud, la especularidad de la escritura, la única y definitiva ajenidad.
Así es como: «Se escribe lo desconocido que uno lleva en sí mismo. Hay una locura de escribir furioso, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario».[7] La escritura es un infierno necesario. Duras violenta todo orden y toda razón, libera su instinto yendo hasta el fin de sí misma. La muerte y el dolor son la telaraña de sus textos. Desposeída, lucha chocando entre la memoria y el olvido, desesperada por conocer. Una escritura del exilio. «No hay resguardo en la seguridad de un yo… sino exposición a una amenaza».[8] Un texto que se construye sobre las ruinas de la vida cotidiana.
Las palabras con sus golpes y sus permutaciones determinan la verdad de lo que se escribe, porque la literatura es el espacio de la no- afirmación. Solo la escritura nos hace patente. La palabra es lo inasible. Se trabaja, siguiendo la trama de un viaje oscilante, hasta el estallido del sentido. No hay mirada que reasegure pero, en la soledad total, la escritura salva.
La incertidumbre también constituye. Esa zona de peligro donde se carece de fundamentos sólidos, de la no-seguridad, de la no-conservación. Donde el pensamiento se aproxima al miedo. Todo se pone en duda: «En la vida llega un momento, y creo que es fatal, al que no se puede escapar, en que todo se pone en duda: el matrimonio, los amigos, sobre todo los amigos de la pareja. El hijo, no. El hijo nunca se pone en duda. Esa duda está sola, es la de la soledad».[9] La procreación para la autora es una necesidad femenina. La mayoría de sus heroínas son madres: el arquetipo de la Madre Tierra. El cuerpo como morada y la mujer como nutriente y consoladora. Cada niño maravilla a Marguerite: «A veces creo que yo te inventé, que no es cierto, te das cuenta».[10] Desarmada por la contemplación del hijo, en quien reconoce su propia infancia, su misma locura, su mismo amor. El hijo constituye el único lugar seguro.
Nunca descubrirá lo que se escribe ni por qué se escribe pero escribir se convierte en la manera de vivir: será la obra la que le devore la vida. No puede huir de ella. «…Los jardines de las letras, según parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; y al escribirlas, atesora recordatorios, para cuando llegue la edad del olvido, que le servirán a él y a cuantos hayan seguido sus mismas huellas...».[11] Palabras portadoras de simientes de las que surgirán otras palabras para arribar a la semilla inmortal.
Madres nutrientes, morada, la casa de la escritura. El autor en una soledad casi total, ninguna idea, ningún libro. El autor delante de la nada viva y desnuda, escribiendo con la fuerza del cuerpo, llenando los silencios, cubriendo el espacio vacío. Porque: «Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo».[12] Aceptación del lenguaje y del exceso, de la creación de todos los instantes hasta la exasperación, hasta la desesperación.
Marguerite Duras se desdobla en su búsqueda de expresar mediante el lenguaje lo que no es posible comprender, llena de miedo a morir antes de completar la página, reconciliándose con el libro, poniéndose a su entera disposición. El camino de la escritura como una exhortación interna del no querer recordar, del no poder olvidar. «Soy una escritora. No hay nada más que valga la pena destacar».[13]

Un libro abierto también es la nocheMarguerite Duras transformó la desesperación en el impulso vital de su obra. Hizo de la inmensidad del vacío el libro, escribiendo con la fuerza del cuerpo, aferrándose a la escritura que llega desnuda como el viento. En su arte encontró la dimensión del ser, desdeñando toda seguridad. Una operación de movimiento enfrentada a lo caótico.
«Sé que el sitio donde eso se escribe, donde uno escribe —yo, cuando eso me ocurre— es un sitio donde la respiración se halla rarificada, existe una disminución de la agudeza sensorial… No sé qué será ese libro, no sé qué ocurrirá en una hora, en tres horas, en quince días, no sé nada de eso…».[14] No buscó un gesto apaciguador, ni la dependencia a ningún sistema. Fue su propia desorientación la que la arrastró a llenar la página. Predestinada, como diría Alejandra Pizarnik, a trabajar el silencio y hacerlo llama. Voces de sirenas, imperativas, llenando la casa del ser, lugar de la escritura, la casa de la soledad de Marguerite. Ella vivió la escritura anticipada «…con la insolencia del niño con sombrero de hombre y zapatos de baile». Loca para exponerse así. Porque «...Un libro abierto también es la noche. Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué. Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación»[15].
Tardó mucho tiempo en decirlo y veinte años para comprender esto.

© Silvia Camerotto

imagen Marguerite Duras, en La fille en bois



[1] Pizarnik, Alejandra, Poesía Completa, Buenos Aires, 2003, Editorial Lumen.[2] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1991, Tusquets Editores.[3] Blot-Labarrere, Christiane, Marguerite Duras, Buenos Aires, 1994, Ediciones de la Flor.[4] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1994, Tusquets Editores.[5] Heidegger, Martín, Carta sobre el Humanismo, Madrid, 2000, Alianza Editorial.[6] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1994, Tusquets Editores.[7] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1994, Tusquets Editores.[8] Cragnolini, Mónica; Temblores del pensar: Nietzche, Blanchot, Derrida, Buenos Aires, 2003, publicado en «Pensamiento de los confines», Número 12.[9] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1994, Tusquets Editores.[10] Duras, Marguerite; Moderato Cantabile, Buenos Aires, 1961, Compañía General Fabril Editora.[11] Platón, Fedro, Selección: Oralidad y escritura.[12] Pizarnik, Alejandra, Poesía Completa, Buenos Aires, 2003, Editorial Lumen.
13 Blot-Labarrere, Christiane, Marguerite Duras, Buenos Aires, 1994, Ediciones de la Flor.
[14] Blot-Labarrere, Christiane, Marguerite Duras, Buenos Aires, 1994, Ediciones de la Flor.[15] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, 1994, Tusquets Editores.

Comentarios

Anónimo dijo…
que grato, inteligente y plancetero es ese libro tan pequñito de Duras...
que se edito con tapa colorada.... al menos la edicion que yo tengo....

o era el que habia una foto de sus manos?
voy ya mismo a la biblioteca de mi escritorio...
gracias por eso!
un placer, lala. un verdadero placer.
Anónimo dijo…
qué lindo seleccionado de señoritas. adoro a pizarnik y a duras. ¡qué prosista maravillosa, que narradora maravillosa, duras!
puf, buenísima.
me encantaron estos post que son más bien artículos críticos, saludos.
mara: disculpe usted la demora en responder... sucede que no me llegó el retorno de su comentario.
duras, pizarnik, maravillosas. perfectas? a quién le importa.
bienvenida.
Anónimo dijo…
Siempre da gusto la escritura-lectura alrededor de Durás. Sibila, en alguna parte de tus sitios leí algo de Jude Nutter, habrá algo más en algún lugar? (datos, poesía...?) Gracias.Nor Etxe
siempre da gusto, es así.
con respecto a nutter, en realidad, no hay traducciones. con gabriela adelstein (ella fue quien descubrió a nutter) intentamos traducir su obra. en eso estamos, pero como todo trabajo de traducción lleva tiempo.
hay algunos poemas en mis dos blogs y en el de gabaa, también. el sitio de la 'descubridora' es: mitakuye oyasin. puede linkearlo desde mi blog. está en 'lecturas' y también en mis 'recomendados'.
un placer ayudar.
saludos cordiales.